
Allá por 1915, en un pequeño pueblo de Arkansas llamado Cotton Plant, junto al Mississippi, nació la pequeña Rosetta Nubin. Su madre Katie Bell, evangelista de la iglesia Dios En Cristo, tocaba la mandolina y predicaba en las iglesias del sur de Estados Unidos. Esto expuso a la pequeña Rosetta al góspel, el blues y el jazz desde tan temprana edad que apenas con 4 años ya era la estrella local en aquellas iglesias que permitían actuar a las mujeres. Cantaba y se movía por el escenario como si estuviese poseída por una inspiración tan genial que, años después, sentaría las bases del Rock n' Roll.
A los 6 años se muda a Chicago con su madre. Ya toca la guitarra, pero dicen que no es plenamente consciente de su propio fenómeno hasta los 19 años, cuando se casa con el pastor Thomas Thrope y acuden a la ceremonia miles de personas para escucharla cantar. No duró mucho casada. Tras divorciarse, se mudó a Nueva York con su madre, donde emprendería una andadura artística que abarcaría lugares emblemáticos como el Cotton Club y personalidades como Duke Ellington.
Con la intuición de los genios, Rosetta supo mezclar en un cóctel todo lo que la definía como artista para crear algo inédito: sus influencias del góspel, el blues, el jazz, la técnica de canto de los "shouters", que alzaban sus voces por encima de los instrumentos sin necesidad de amplificación o el uso de la púa con el "fingerpicking" típicos del banjo y la mandolina aplicado a la guitarra.
Antes de la llegada de las guitarras eléctricas, ella montó en su 'Stella' de cuerpo hueco un resonador metálico para amplificar su sonido, definiendo de manera orgánica e intuitiva las técnicas instrumentales más distintivas del rock y el blues de la siguiente década. Introdujo la estridencia de su guitarra con resonador eléctrico en el habitual dúo de voces y piano de los coros góspel a los que asistían adolescentes blancos, como un tal Elvis Presley.
Causó sensación en sus actuaciones de Nueva York. El mayor elogio que le obsequiaron en su momento fue que "toca como un hombre", cuando en realidad nadie tocaba como ella. Estableció sus propias reglas de juego, irreverente en una época difícil para una mujer negra. Fusionó estilos como nadie había hecho. Fue por libre. ¿Os suena? Así estableció los principios que definirían la música rock, que vendría a poner patas arriba el orden establecido.
Actuó con personalidades de la talla de Duke Ellington o Cab Calloway y fue una figura inspiradora decisiva de otros como Elvis Presley o Johnny Cash. Todos quedaban prendidos de esa frescura musical que rezumaba la figura de Rosetta, su voz y la facilidad con la que arrancaba deliciosas estridencias a su guitarra. En plena Beattlemanía hizo una gira por Inglaterra y dejó boquiabiertos a unos jovencísimos Eric Clapton y Keith Richards, que la vieron actuar en la estación de Manchester con su Blues and Gospel Train.
Lo precioso de la historia de la hermana Tharpe es que inventó un género revolucionario sin saberlo ni quererlo. Simplemente fue lo que era, fiel a sus raíces y su condición. No buscó el reconocimiento y recibió el que merecía más allá de las confesiones de los grandes artistas, todos hombres, a los que inspiró y sí alcanzaron el Olimpo musical.
Falleció pobre y olvidada a los 58 años, en Filadelfia. Había vivido rápida e intensamente, como una buena rockera. Hasta 2018 no fue reconocida como la figura esencial que llegó a ser, año en que fue incluida en el Rock & Roll Hall of Fame.
Gracias, hermana Rosetta, por lo que nos has legado.
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