
Gustavo Santaolalla es una de esas personas que han nacido para la música. Dio sus primeros pasos con la guitarra a los cinco años. A los 10, su profesor renunció a seguir enseñándole porque su oído musical superaba todo lo que pudiera aportarle. A los 12 años formó la banda Arco Iris con unos amigos, que fusionaba rock y música tradicional argentina, elemento que, junto con la selección de su instrumento insignia, el ronroco, marcaría su impronta musical hasta la fecha.
Su salto al mundo del cine se da en 1999, cuando el director Michael Mann se pone en contacto con él para componer la banda sonora de El dilema, protagonizada por Russel Crowe. A partir de ahí, su nombre y reputación como compositor e intérprete siguió creciendo hasta convertirse en uno de los referentes musicales del momento.
En 2013 se lanza The Last Of Us, videojuego que revolucionaría el sector y a la afición debido a sus profunda narrativa y poderosas mecánicas. Su creador, Neil Druckmann, demostró que contar historias no tiene por qué circunscribirse a un formato, sino que puede ser algo sumamente transversal, literario, cionematográfico y digitalmente interactivo. The Last of Us (TLOU) aunaba en su resultado final un profundo amor por la narrativa bien cocinada, los personajes profundos y matizados y el viaje que supone toda buena historia con fondo trágico. Todo ello enmarcado en un contexto postapocalíptico donde un hongo ha logrado infectar a la mayor parte de la humanidad y ha provocado el colapso de la civilización, dejando a sus supervivientes sobreviviendo entre los esqueletos enmohecidos de sus grandes ciudades. En TLOU la esperanza ha muerto en favor de la mera supervivencia como motor existencial, y no solo a un mundo brutal de por sí, sino a las oleadas de infectados por el hongo Cordyceps. Si esto suena ambicioso y las palabras se quedan cortas si uno no ha experimentado la intensidad de jugar a este juego, no podía serlo menos el armazón musical que debía rematar el conjunto. Y, cómo no, el elegido por Druckmann para complementar y completar la experiencia no fue otro que el mismo Gustavo Santaolalla.

TLOU fue su primera incursión en las bandas sonoras de videojuegos. Y es uno de esos fenómenos en los que los proyectos con algo especial han de encontrarse con personas también especiales. Gustavo enseguida captó el fondo narrativo de la historia que pretendía trasladarnos la desarrolladora del título, Naughty Dog, y compuso una banda sonora que ya es un clásico.
Apoyada en el característico sonido de su ronroco, un instrumento de cuerda de la familia de los charangos bolivianos, su música aúna todo lo que es TLOU: miedo, soledad, melancolía y la serenidad que algunos experimentan cuando lo han perdido todo. Y con sus notas tristes, infectadas por disonancias que evocan la infección del Cordyceps, también introduce elementos de esperanza: la que nos traslada el progresivo crecimiento de la relación entre los dos protagonistas: Joel, el cínico y brutal por necesidad adulto que lo ha perdido todo, y Ellie, la niña que ha nacido en este mundo que solo recuerda la civilización perdida a través de sus vestigios. Santaolalla pavimenta con sus notas el viaje que emprenden estos dos extraños unidos por la necesidad y va colocando ladrillos a la constante reconfiguración de su relación a lo largo del camino.
El impacto emocional de la música de Santaolalla es tal que no se podría entender ni el juego y su adaptación televisiva sin ella. Sus melodías, ya sea en su discografía, el cine o los videojuegos, se han convertido en himnos. Y no olvidemos que todo empezó con un niño de 5 años que quería tocar la guitarra. Niños como Gustavo Santaolalla que ahora mismo pueden estar aporreando un cojín con dos cucharillas, trasteando un piano, tarareando unas melodías que les afloran en la mente o rasgando las cuerdas de una guitarra desafinada. Quién sabe cuándos Santaolallas nos depara el futuro a poco que les dejemos fluir con su sentir hacia la música.
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